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¿DÓNDE ESTÁS DIOS?

  • Foto del escritor: Carolina Acuña
    Carolina Acuña
  • 21 may 2021
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 23 may 2021

Muchas veces nos preguntamos ¿Dónde está Dios? Y pasan las horas, los días y hasta los años y no lo encontramos. Pensamos que es un Dios cruel porque no cambia nuestra situación y nos hace sufrir. Cada uno de nosotros tiene su historia y yo ya les he compartido una pequeña parte de la mía.


Sin embargo, hoy quiero contarles la otra parte que involucra a toda mi familia. Una que se parece a la de muchas familias a nivel mundial. Muchas veces me hice la pregunta titular: ¿DÓNDE ESTÁS DIOS? Fueron tiempos duros, de muchísima turbulencia, en los que ví a mis papás sufrir muchísimo por el estado de mi hermano y la impotencia no los dejaba pensar con claridad.


Mi hermano es adicto. Comenzó consumiendo marihuana desde los doce o trece años. Al principio lo extraño en él eran los ojos rojos y las ganas de devorarse la nevera. Siempre tenía un hambre voraz. Verlo con una mirada perdida, sin poner atención, con los ojos vacíos, un tono de voz de somnoliento y una risa incoherente, nos comenzó a dar señales de que algo andaba mal.


Con el tiempo las cosas comenzaron a cambiar. Sus ojos irritados, su síndrome de termita y su carcajada desgalillada, pasaron a ser hemorragias nasales, el hambre desapareció y parecía paranoico, siempre alerta. La euforia era una de las características más notables porque lleva a los extremos las emociones y ahí fue donde las cosas comenzaron a empeorar.


Recuerdo un episodio durísimo en donde estaban acusando a mi hermano de haber robado en una casa del barrio. Él, ese día estaba intoxicado, tirado en un potrero cerca de la casa. Estaba dragado y tomado. Cuando llegó la policía, absolutamente todo el vecindario estaba rodeando el carro en donde él estaba esposado y su estado de inconsciencia solo le permitía repetir: “Mami, quiero irme a mi cama”.

Yo no voy a defenderlo, pero después se comprobó que él no había sido el ladrón. En el estado en que estaba no hubiera sido capaz de nada.


Mis papás estaban en el lugar y todos comenzaron a atacarlos. Les gritaban:

- Alcahuetas, eso es falta de límites. Lo que tienne que hacer es a, b y c.


Quienes no tienen familiares así, no vana a entender jamás que los límites no sirven y que la violencia mucho menos. Los castigos son inútiles y tampoco es opcional negociar. Ellos no tienen puntos medios a nivel emocional.


Ese día fue tanta la presión sobre ellos, que entonces tomaron medidas. Internarlo sonaba maravilloso y en ocho meses el iba a estar “recuperado”. La terapia que le iban a dar era “ocupacional” y supuestamente esto iba a hacer de mi hermano alguien útil para la sociedad. Fuimos hasta San Vito de Coto Brus a dejarlo, fueron más de 10 horas de viaje. Nosotros íbamos desde Limón. A los tres días regresó.


Esto pasó una y otra vez, mientras en cada ciclo, la dosis de consumo en él aumentaba y empeoraba, porque ya no solo era marihuana y cocaína, sino éxtasis, alucinógenos hasta que cantó ¡Bingo! y ya era cartón lleno. Su personalidad había cambiado de manera radical. Parecía no importarle nadie, estimaba no amar ni respetar a nadie. Ya no era el chiquillo dulce, humilde y servicial, ahora era violento, iracundo y grosero. Las cosas en la casa se comenzaron a perder, todo lo que no le pertenecía lo agarraba con el único fin de tener para consumir más.


Vivimos violencia en la casa y mami y yo éramos su víctimas más cercanas. Suena horrible lo sé. Era como vivir con un monstruo con quien era mejor llevar la fiesta en paz. No se sabía como iba a reaccionar y siempre había que tener cuidado en cómo se le decían las cosas. Realmente fue un tiempo muy difícil en el que no existía paz y yo siempre preguntándome ¿Dios, dónde estás?


Fueron episodios de mucha violencia en donde los moretones apenas eran daños superficiales. Las verdaderas secuelas las llevábamos por dentro. De alguna manera, teníamos marcados el corazón y eso nos impedía encontrarnos con Dios.


Un día, mi hermano me empujó contra un mueble y fue tan fuerte el golpe que recibí en la espalda, que me paralizó prácticamente la respiración. Yo recuerdo sentir dolor un y opresión tan fuerte en la espalda y el pecho, que apenas y lograba inhalar. Fue la sensación más fea que he sentido en m vida, la de no poder respirar. Mami pensó que me había reventado algún órgano, porque el sonido que yo hacía era como el de una persona que se esta ahogando. Recuerdo que salimos en carrera al hospital y ella ni siquiera cerró la casa, dejó todo de par en par. Pobrecita mi mamá, ella solo podía pensar en mi bienestar.


Y así fueron muchos años, mis papás sufriendo por no tener una fórmula secreta para “enderezar” a mi hermano. Los veía desprendiéndose de lo poco que muchas veces hubo, para dárselo a él, aún sabiendo que no le hacía bien. Los veía llorar y preguntarse ¿qué habré hecho mal? Si yo como hermana sufría, no puedo alcanzar a imaginar el dolor que ellos sentían.


No quiero hacer el cuento muy largo, honestamente un blog no alcanzaría para dar detalles de la situación, sin embargo al leer todo esto, podrías también preguntarte ¿Dónde estaba Dios? Y quizá hasta preguntarse también por mi hermano.


Mi hermano tiene su propia historia. Es muy fuerte, pero no me corresponde a mi contarla. Hoy él está mucho mejor. Quizá no está en el lugar más bello del mundo, pero internamente está comenzando a brillar.


Y para responder a la pregunta en cuestión, ¿Dónde estás Dios? Tengo que decir que Dios siempre estuvo, siempre ha estado y siempre estará. Estaba en control de todo, aunque para nosotros parecía un desastre. Siempre estuvo cuando llorábamos en el cuarto después de los golpes, o al cuido de la casa cuando mi mamá salió conmigo disparada al hospital. También estuvo cuando todos los exámenes salieron bien y se reveló que no tenía traumas en ningún órgano vital .


Estuvo cuando mi hermano consumía y se perdía por días y en cada madrugada cuidando de mi mamá y de mí, cuando salíamos a buscarlo porque la angustia a ella no la dejaba en paz. También estuvo presente cuidando de mi papá y de su casa, que muchas veces estuvo expuesta por las deudas que irresponsablemente mi hermano adquiría.


Estuvo también en cada decisión que mi hermano tomó. Decisiones que no parecían ser las correctas y en definitivo, no lo eran, pero ahí estuvo Dios. Sosteniéndonos como familia, abrazando el corazón de mis papás y siempre protegiendo a mi hermano.


Un día mi hermano me dijo: Carito, Dios perdona pero la factura sigue. Gracias a Dios él está pagando esa deuda, pero Dios lo guardó de la muerte física, porque quería darle vida espiritual.


Creo fielmente que sus planes son mejores que los nuestros y que siempre, siempre Dios está.


Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo.

JEREMÍAS 29:11




Por Carito

 
 
 

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